Las mayores fugas o escapes de la historia
Al ser humano siempre le han interesado las historias de fugas y escapismo. Da igual si el fugado era un terrible criminal o alguien encarcelado injustamente: las fugas siempre tienen un componente heroico, el de aquel que supera las adversidades que lo rodean y consigue escapar de los límites que lo encierran. Cualquier persona puede verse reflejada en algunas de estas situaciones, no por el hecho de estar preso, si no por el anhelo de libertad, ese impulso que te lleva a fugarte al estar retenido en contra de tu voluntad.
Y aunque a veces estas escenas parecen dignas de una producción de Hollywood (algunas, incluso, han sido llevadas a la gran pantalla), lo cierto es que muchas veces la realidad supera a la ficción. A continuación te contamos algunas de las más espectaculares fugas que se han producido a lo largo de los tiempos, aunque esperando que no te veas envuelto en ninguna situación parecida.
Las grandes fugas de la historia
La gran fuga de Alcatraz
Tres hombres, con la simple ayuda de unas cucharas y aprovechando el mal estado del hormigón, consiguen realizar un túnel desde sus celdas para iniciar su huida de una de las cárceles más famosas de todos los tiempos, Alcatraz. Puede que la historia te suene, e incluso que visualices a Clint Eastwood escapando de la mítica prisión de la bahía de San Francisco. Pero esta historia es completamente real.
En 1962, Frank Morris y los hermanos Anglin consiguieron llevar a cabo su plan de escape y fugarse de la cárcel californiana. Cavaron durante meses un túnel en sus celdas solamente con la ayuda de cucharas y cortaúñas. Cuando estuvieron listos, dejaron en sus camas, como señuelo, muñecos hechos por ellos mismos, que incluso adornaron con pelo conseguido en la peluquería. Luego escaparon por el conducto de ventilación, lugar al que conducían los túneles que habían excavado, para concluir su fuga y la huída de la isla, con una balsa que habían construido usando algunos chubasqueros viejos y restos de barriles. Nadie sabe si sobrevivieron o sucumbieron en las frías aguas de la bahía de San Francisco, pero han sido las únicas personas que lograron escapar con vida de Alcatraz.
La gran evasión
El nombre también te suena de algo, ¿a que sí?. Efectivamente, la célebre película protagonizada por Steve McQueen, Charles Bronson y compañía, tiene su origen en una historia real.
En 1944, en un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial a 160 kilómetros de Berlín, se orquestó una de las fugas más sonadas de todos los tiempos. Unos ocho metros por debajo de la superficie, los prisioneros empezaron a excavar tres túneles. Solo uno de ellos estaba llamado a ser la vía de escape, mientras los otros eran una posible vía de distracción para los alemanes. Sin embargo, después de 5 meses de arduo trabajo, el túnel principal fue descubierto por los vigilantes teutones, por lo que uno de los túneles secundarios se convirtió en la nueva principal ruta de huida. Llegada la fecha señalada, los fugados se encontraron con algunos inconvenientes extra: el suelo estaba helado, lo que dificultó la finalización del agujero de salida, y el túnel contaba con 10 metros menos de largo de lo necesario, por lo que en vez de desembocar en un bosque cercano, lo hacía unos metros más atrás. Después de estas contrariedades, el plan de fuga tuvo que alterarse, ya que debían sincronizar la salida del túnel con los turnos de vigilancia. Desafortunadamente, la fuga fue descubierta, y de los 220 presos que esperaban escapar esa noche, solo 76 lo consiguieron. La cifra de los fugados que consiguieron evitar ser capturados de nuevo, es considerablemente inferior: solo 3 personas lograron llevar a cabo el plan hasta el final y permanecer ocultos a sus perseguidores nazis.
Choi Gap-Bok
En esta ocasión es posible que el nombre no te diga mucho. Pero es igual de probable que conozcas la historia del preso que para fugarse de prisión usó...¡el hueco por el que introducían la bandeja de la comida!
Aunque resulte inverosímil, este fue el método de huida que usó este instructor de yoga, que usando las habilidades adquiridas tras más de 23 años practicando el arte de las asanas, logró fugarse de una cárcel coreana. Tras ser condenado por robo en 2012 (la fuga es reciente, lo que le da un valor añadido, ya que las medidas de seguridad son radicalmente más estrictas ahora que hace 50 años), y tras pasar 5 días en una celda de aislamiento, el delincuente coreano decidió que se había cansado de estar en prisión. Untándose aceite por todo el cuerpo, y aprovechando sus habilidades, logró escurrirse por una rendija de apenas 15 centímetros de alto. Aunque su fuga no resultó como deseaba, ya que a los pocos días estaba de vuelta en prisión. Por supuesto, la rendija para la comida de su nueva celda era todavía más pequeña.
John Dillinger
Seguro que esta vez el nombre te dice algo, ya que la historia de este singular ladrón de bancos estadounidense ha sido llevada al cine en diversas ocasiones, incluida una versión bastante reciente en la que Johnny Depp interpretaba al conocido criminal.
En los años 30 alcanzó una gran fama, ya que tras los atracos perpetrados en varios bancos de Ohio e Indiana, consiguió obtener la nada despreciable cifra de un millón de dólares. Contextualizando la época, eso era muchísimo dinero. Aunque fue capturado en diversas ocasiones en las que logró escapar, su fuga más célebre data de 1934. Mientras estaba preso en la cárcel de Crow Point, Dillinger esculpió un arma en una pastilla de jabón, y tras teñirla de negro, consiguió amedrentar a los guardias que lo custodiaban. No contento con eso, robó el coche del sheriff y huyó del estado con él. Esto fue el principio de su fin, ya que al cruzar la frontera estatal con un coche robado, su caso pasó a manos del FBI. Días más tarde, agentes federales darían muerte a Dillinger a la salida de un cine en el que había sido localizado.
Jack Sheppard
Continuando con los nombres propios, es posible que Jack Sheppard sea uno de los mayores escapistas de todos los tiempos. Este ladrón inglés de principios del siglo XVIII, consiguió escaparse hasta en cuatro ocasiones de la justicia. Después de su primera condena, logró fugarse de la cárcel, en la que estaba recluido en la última planta, tras escalar al techo y descender usando una cuerda hecha con sábanas. Tan solo llevaba preso tres horas.
Para su segunda fuga contó con la inestimable ayuda de su amante, encarcelada junto a él. Entre los dos, consiguieron limar las esposas que los encadenaban, y romper uno de los barrotes de hierro de la ventana, para descender al suelo ayudados nuevamente por las sábanas. Con esta nueva huida, la prensa de la época empezó a hacerse eco de su habilidad como escapista.
No pasaría mucho tiempo antes de que el señor Sheppard volviese a ser capturado, esta vez con el agravante de una sentencia de muerte en su contra. Pero siguiendo su trayectoria anterior, logró huir de nuevo. Esta vez, aprovechando la visita de su amante a la cárcel, y mientras ésta distraía a los guardias, logró aflojar uno de los barrotes de la celda, y ataviándose con ropa de mujer que le habían llevado en la visita, logró escapar. Vestido como una señora cualquiera, se camufló entre la gente y de esta manera consiguió hacer efectivo su tercer intento de fuga.
Y aunque el refrán nos dice que no hay dos sin tres, en esta ocasión no hubo tres sin cuatro. La fama de Sheppard era tal, que cuando fue capturado por cuarta vez, personajes de toda índole social lo visitaban, aunque la clase baja lo veneraba. Después de un par de intentos de fuga fallidos, fue trasladado a una celda de mayor seguridad. Celda que tampoco logró imponerse a sus ansias de libertad, ya que, sin lograr desprenderse de los grilletes que lo maniataban, consiguió escapar de ella.
Disfrazado de mendigo disfrutó de una libertad poco duradera, ya que apenas quince días más tarde lo encontraron en estado de ebriedad en una taberna, y fue capturado de nuevo y condenado a muerte. Aunque numerosas voces se alzaron en contra de su condena, e incluso personajes públicos pidieron su absolución, ésta fue denegada. En ese momento su popularidad era tal, que unas 200.000 personas acudieron a presenciar su ejecución. Hoy día puede que no parezcan tantas, pero por aquel entonces suponía la tercera parte de la población de Londres.
John Gerard
Sin salir de Inglaterra, nos encontramos con otro de los ejercicios de escape más sorprendentes de la historia. John Gerard era un sacerdote jesuita del siglo XVI. En esa época, la Iglesia angliclana, tras la excomunión de la reina Isabel por parte de Pío V, perseguía con fiereza las prácticas católicas. Incluso los jesuitas tenían prohibida la entrada al país.
Así pues, Gerard era un proscrito que ofrecía sus servicios como religioso en la clandestinidad, lo que le llevó a ser perseguido durante bastante tiempo antes de ser capturado. Una vez que las huestes reales lograron arrestarlo, fue trasladado a la Torre de Londres. Tras ser sometido a numerosos interrogatorios y formas de tortura en las que intentaban sonsacarle el paradero de miembros de su orden, y viendo el resultado infructuoso de las mismas, fue condenado a muerte.
En ese momento, empezó a idear un plan de fuga. Como era un hombre ingenioso, conseguía comunicarse en clave con el exterior gracias a una tinta invisible de su invención. Así, mientras a ojos de los guardias enviaba simples misivas, en realidad éstas contenían mensajes ocultos para sus compañeros. Gerard se dio cuenta de que desde el tejado de la torre en la que se encontraba encerrado, sería posible acceder al embarcadero mediante el uso de unas cuerdas. Aprovechando la visita que realizó a otro religioso, y desde cuya celda se podía acceder más fácilmente al techo, se encaramó a lo alto de la torre. Desde allí, y con la ayuda de otros jesuitas que lo esperaban en un bote, logró descender aprovechándose de la cuerda que sus compañeros le habían lanzado. De esta forma, se convirtió en la única persona en lograr escapar de la Torre de Londres. Su fuga resultó todo un éxito, ya que nunca volvió a ser capturado, y terminó sus días en Italia instruyendo a futuros misioneros de su orden.
Dieter Dengler
La historia de este piloto estadounidense de origen alemán, cautivo en la guerra de Vietnam, también ha sido llevada al cine recientemente. El conocido Christian Bale se puso en la piel de este prisionero de guerra en la película Rescate al amanecer.
En el año 1964, en plena de guerra de Vietnam, Dengler, piloto de la Armada de los Estados Unidos se encontraba sobrevolando la región de Laos cuando su avión fue abatido y derribado. Después del accidente, Dengler no tuvo la mejor de las suertes, ya que fue secuestrado por integrantes del Pathet Lao, el movimiento comunista de Laos, enemigo de los americanos en esta contienda. Al ser apresado, fue trasladado y encadenado en una prisión de bambú, en la que era sometido a terribles y numerosas torturas. Dos años después, y aprovechando un descuido, a la hora de la comida, de los guardias que los estaban vigilando, Dengler y 6 presos más, lograron escaparse. Consiguieron hacerse con el control de las armas de sus enemigos, y así pudieron poner fin a su cautiverio, al menos momentáneamente. Los 7 fugados se dividieron en 3 grupos para dificultar que les siguieran la pista, pero, de los 7, Dengler fue el único que logró regresar con vida. Tras 23 días deambulando por la selva, desnutrido, casi desnudo, y afectado por alguna enfermedad, el piloto pudo ser rescatado por el ejército estadounidense. Al encontrarse en tan pésimas condiciones, fue evacuado inmediatamente a los Estados Unidos, donde logró recuperarse y se convirtió en piloto de pruebas.